Las guerras de la independencia
Extraído de un artículo de Ácido Neurótico, escrito por Juan Francisco Medina Concepción, en La Voz, de La Palma.
Parece que no bastan cinco siglos de horno para que termine de subir el soufflé español, el más multicultural de Europa, a pesar de que a lo largo de los años celtas, iberos, griegos, fenicios, romanos, godos y berberiscos (entre otros), batieron a punto de nieve la masa de la idiosincrasia, legando a la Hispania su particular herencia.
Al final se incorporaron al invento los nuevos territorios ultramarinos atisbados por el almirante Colón, abriendo a la época moderna la España que salía de la Edad Oscura.
Quedó aquel imperio formado por una metrópoli peninsular y una diversidad ultramarina de islas y territorios continentales que, con el tiempo, fueron adquiriendo identidad hasta culminar en los últimos procesos de emancipación de finales del siglo XIX.
Fue básicamente la desidia metropolitana, y no la distancia, lo que más contribuyó al alejamiento institucional entre criollos y españoles (hasta hoy, ha sido Juan Carlos I el único Rey español que ha cruzado el charco como Jefe de Estado).
Igualmente la codicia de los funcionarios representantes de una corona abúlica y desentendida de los asuntos americanos movilizó la protesta indigenista y alicató los movimientos románticos independentistas en Iberoamérica.
Pero no es menos cierto que, quizá a trompicones, quizá de buen grado, esa España imperial afrontó el complejo desarrollo económico, social y cultural de los distintos pueblos americanos con mayor fortuna que otras potencias imperialistas.
De parecida manera, existe en Canarias un fenómeno concomitante al de las primitivas colonias que nos llena la cara con una mirada escéptica y guasona cuando se argumenta el soberanismo de aquellos viejos montañeses, herederos de feudos y señoríos que fueron incluidos en las capitulaciones matrimoniales de los Reyes Católicos como parte de los reinos de Castilla-León y Aragón.
Esta manera zorrocloca de mirar al norte, que no es única como ya argumenté, va siendo tan telúrica, tan tricolor, tan estrellada, tan criolla y tan mestiza que debería incluirse en el Título preliminar de nuestro Estatuto de Autonomía, para que los unos se corrijan y los otros escarmienten.
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