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un día cualquiera

Leñador

Leñador Sí, los árboles son mis amigos y ayer no hice nada contra ellos.
Sé que muchos pensarán todo lo contrario, que estoy a favor de las palomas en su eterno afán por destruir las pocas cosas bellas que aún quedan en este mundo.

Leñador no es la palabra exacta. Debiera llamarme PODADOR pero, ese nombre, no me gusta tanto. Preferiría sentir las propiedades del primero: tener brazos fuertes, esa voz ruda y cascada por la brisa que tan fuerte sopla por estas alturas, poner la mirada semi-perdida en constante búsqueda del árbol perfecto que harás caer y será leña, tener simpáticos ropajes para evitar que el aire penetre por cualquiera de las rendijas que se crean entre tu piel y las prendas.
Yo sí, leñador. Además, leñador de ramas finas, de aquellas que ya están quemadas por el paso de los años y la falta de agua. Leñador que da la vida a árboles enfermos, de árboles que gritaban desesperados y enterraban en lo profundo sus raíces para poder salir, de alguna manera, de esta situación nueva de climas extraños, ya anunciada por nuestros hermanos los gallos.

Ya sé, que de los gallos y las gallinas no hay que fiarse mucho... ¡pero ellos ya lo venían anunciando desde hace TANTO tiempo! Siempre hay una oveja negra en cada familia, o eso nos quieren hacer ver. En este caso... les tocó a ellos. ¡Qué se le va a hacer! Ellos siguen contentos con su locura, vaticinando nuevas quizá demasiado lejanas para que nosotros ¡tan cortos de vista! podamos entenderlas. Ellos, hace mucho tiempo decían: ¡acabarán con el agua! ¡acabarán! A lo que algunos respondimos con una sonrisa y, los más aventureros, con una sarcástica carcajada.

Y es así.

Ayer [y hoy continuaré con mi tarea] tuve que leñear las ramas más finas de mis amigos los árboles...

¿Se curarán para el año que viene?

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